sábado, 20 de febrero de 2010

Escribir es...

     Después de mucho tiempo vuelvo a escribir. Estas palabras son acaso mi compromiso con la vida. Escribir es retornar a un estado de soledad, donde confluyen mi pasado, mis temores y el deseo de saber quién soy. Incertidumbre, vano intento de definirme con palabras, otras palabras que son las mismas y reflejan con insistencia una imagen atravesada por la noche, una imagen mía y de todos los hombres, de ninguno. Escribir es transcender, perpetuar la memoria, detener el tiempo y circunscribirlo a una época o a todas las épocas, a un día o a muchos. También es acelerar el tiempo, fragmentar la realidad para comprenderla, para aceptarla o negarla. Es buscar el futuro, tentarlo con palabras, incitación a un regreso, que cierre el círculo y lo incendie. Tiempo cíclico donde la eternidad se refleja en un movimiento, en un gesto o en el silencio. Cada instante repitiéndose en el olvido, dejando una estela invisible que a veces vuelve en una sensación de podredumbre, de vacío. Quizás ahora la oquedad sea más grande dentro de mí y esa necesidad de llenar los espacios me incite a escribir. Elijo las palabras, a veces ellas me eligen. Relación simbiótica que da sentido a mi existencia. Por consecuencia estoy solo y no, tengo un puñado de palabras como estrellas, y cuando me siento triste puedo escribir, es una opción para conversar conmigo; más que diálogo es un monólogo, el cual reproduce las distintas voces de mi interior. Escribir es un sueño, luego un despertar: dos instantes que se complementan para siempre. En ocasiones, primero es un despertar y luego el sueño. Entre uno y otro me encuentro. Estoy encerrado en mí mismo, en las paredes de una celda imaginaria, dentro de un abismo que es mi propio corazón, un hueco infinito que cabe en la palma de la mano, en esa mano que espera escribir la primera palabra y la última.